Gracias
siempre, ¡Amada, mujer!, por tu muy apacible y especial sensibilidad. Conocerte
ha sido un sueño inimaginable hecho realidad, tu dulce mirada me ha enseñado el
verbo amar a conjugar y también me ha hecho vivir, en su infinitud lo romántico
de la vida y a tus sublimes empeños y a los valores humanos de tu ser a
admirar, gracias por hacerme ver en la clara pureza de tus ojos, cuando he
preciso vivir para amar, sin dejar nunca de soñar.
MILMAYOS
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